«Una pastelería en Tokio» («An», Naomi Kawase, 2015)


Naomi Kawase

Naomi Kawase

La directora Naomi Kawase tiende con esta película a cruzar el límite de su propia complacencia, y revela el sentido más autoconsciente de su estilo cinematográfico: los procesos invisibles del cambio y las líneas vitales al margen, dentro del psiquismo personal, que proceden a un sentimiento aflorado, cargado de autoconocimiento.No es nada nuevo en un cine dramático, pero Kawase añade el alma de las cosas propio de lo mejor de su cultura, y nos muestra un pequeño tratado de similitudes morales y analogías naturales que se traslucen en la artesanía gastronómica, su pausa del tiempo, y la vida completa dentro de ambos en el trabajo bien hecho.

Elaborar las pequeñas tortitas –dorayakis– rellenas de pasta dulce de judías llamada an –como el título original de la película–, significa el amor al trabajo conforme a las constantes –procesos y ritmos– de la naturaleza y el sentido de la distensión que ofrece la paz interior de todo lo que vibra dentro y fuera de nosotros. A esto se opone la vanidad que procede de la incomprensión enjuiciadora que teme la propia relajación de la psique, sin admitir la libertad personal o total de lo vivo y sus lecciones. En este juego se encontraran los tres protagonistas de tres edades diferentes (hermoso caso que rompe con encasillamientos generacionales y sociales), y sus antagonistas, los dueños del pequeño puesto de dorayakis.

Sentaro, el protagonista y encargado del puesto callejero de dorayakis, será quien descubra su propia alma –sus sentimientos respecto de su pasado y de su profesión– a través de una anciana que le aporta un conocimiento práctico sobre la pastelería y sobre la sabiduría tradicional, e inclusive ancestral. Esta manera de vivir es la de hacer siempre lo que nos haga felices, pero siempre y cuando entendamos el lenguaje del cuento, la narración y la propia historia personal de cada uno, es decir, recurrir a la autorepresentación de nuestra línea vital y rescatarla de culpas, desprestigios, heridas y tumultos, mentales, emocionales, familiares, circunstanciales etc. Eso es lo que consigue la protagonista anciana cuando Naomi Kawase le hace hablar, con su sensibilidad extrasensorial, a través de los ancestros de la naturaleza, el libro de símbolos y de sabiduría, como reflejaba Novalis en su poética, o Goethe en su pensamiento, acercándonos de esta manera a nuestra parte europea, desde lo oriental que se muestra en el filme.

No es preciso ser alguien en la vida, cada uno de nosotros le da sentido a la vida de los demás. Una frase de la anciana que dice mucho de la propuesta de la directora por la manera en que se entiende el budismo zen, sin propósito ni intención de la voluntad –la más egoísta o mental–. No es tanto lo que queremos de la vida sino lo que la vida quiere de nosotros. Fluir con el vaivén del tallo de bambú mecido al viento es una de las imágenes zen que entiende que si no persistes no creas resistencia ni presencia, a hechos personas o cosas que resisten o persisten. No necesitamos “ser alguien”, necesitamos “ser”. El juego social de lo material que hemos creado, quiere que nos entretengamos en la personalidad, el billete a la felicidad de las cosas, las clasificaciones sociales de la apariencia, etc., puesto que así le restaremos tiempo e investigación a las preguntas, las esencias, los propósitos, las orientaciones, las creaciones humanas.

Hay un entramado (es un misterio apasionante, con dolor y placer al mismo tiempo) en el cual todos pertenecemos a todos, puesto que damos sentido a los demás y ellos nos dan sentido a nosotros mismos. Es una lección de ley karma-tica necesaria para nuestra consciencia y evolución personal, ya que dicha estructura psíquica entrelazada a nuestro alrededor, es trasladada en entornos de familia, espacio geográfico, idiosincrasia, cultura o sociedad, y viene incorporada en las relaciones personales e interpersonales. Solamente debemos estar atentos a saber quiénes somos a través de los que nos rodean, más que intentar cambiar a los que están en nuestros círculos de vida. De este modo es más sencillo saber que el posicionamiento personal mental se desvanece por una indagación propia más pasiva y más perceptiva interiormente, eliminando cierta angustia vital y zozobra personal –y colectiva, por extensión –, la cual nos aturde y anestesia. De alguna manera se trata de ser más sencillos, más ecuánimes y más pacíficos, puesto que cuanto más entiendes y valoras de ti mismo, menos necesitas la atención de los demás, y de lo material o contingente.

Ya somos alguien en la vida, únicamente tienes que entender la sonrisa ingenua que te van a devolver los espejos de la vida en torno tuyo: una anciana lo sabe y lo extiende como aroma de flores de cerezo.

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Eduardo Beltrán Jordá

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